Los biógrafos mienten
Los biógrafos mienten.
Los poetas nunca mueren.
Nunca se murieron
Cardenal ni Vallejo,
ni Celaya.
De ningún modo
Pessoa o Baudelaire o Quevedo o Lope
han muerto.
Y menos que nadie,
Olga y Alejandra.
Como jamás se me morirán Mujica y Gelman.
No vale la pena encerrar a un poeta.
Sus versos lo levantarán por los aires
para llevárselo fuera del presidio.
Como le pasó a Miguel Hernández
(que se fue volando con los ojos abiertos).
De ninguna manera desaparecerán al poeta.
(Tengo una lista de Paco Urondo
a Haroldo Conti como prueba.
Y sé que de su no estar
futuro y memoria
se vengarán algún día.)
Es inútil cortarle las manos al poeta.
Porque escribirá con la voz
y los ojos y los dientes del pueblo.
(Como sigue escribiendo Víctor Jara
en cada pared de Chile).
Los biógrafos mienten.
Los poetas nunca mueren.
Ni el exilio, ni la censura,
ni la tortura, ni la tuberculosis,
ni el suicidio, ni las balas,
ni los generales, ni los psiquiatras,
ni las sobredosis, ni el tabaco,
ni la cárcel, ni la guerra…
Nada de nada
nada
mata al poeta.
Nada
nada.
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