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VII

Yo sé que es una trampa
el orden
que acogota el cronómetro
y el calendario muele
huesos
sueños
y  paciencia
Sé que es cábala
no contar días
ni  meses
Pero
estoy tan tentada
tan tentada
de risa
y de decir
los años
los colores
y las cosas!

/AdrianaRaíces/

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Te vas
y te llevás los colores
me quedo hecha
pura tinta negra que chorrea
un charquito
una lágrima oscura
un borrón
las manos grises
los ojos grises
el cuerpo gris
y unas letras chuecas
que no escriben nada

/Adriana Raíces/

Anita y el elefante

(Casi una fábula pedagógica)

Anita tenía unos 10 años cuando la maestra de Actividades Prácticas (un eufemismo para no decir «labores», que ya sonaba a naftalina) propuso hacer un muñeco de pañolenci. Había que elegir un animal. Había que dibujar su figura en un papel. Eso se llamaba molde. Y el molde se pasaba a un rectángulo del paño elegido que debía ser aproximadamente del color estándar del animal en cuestión. Ejemplo: rana-verde, perro-negro marrón, elefante-gris y así con toda la escala zoológica. El bicho apócrifo se cosía con un vistoso pespunte no sin antes rellenarlo con algodón, mijo, alpiste o cualquier cosa que le diera forma y no pesara una tonelada. (Nada de usar tornillos o piedras; mucho menos caracoles, que hubieran sido más vistosos pero quebradizos y difíciles de conseguir en plena ciudad).

Llegado el día de presentar en clase la mascota, las niñas mostraron orgullosas su modesta obra de arte: Prolijos perros marrones, perfectos elefantes grises. Anita sintió que algo no andaba bien. Pero enamorada de su creación, (como un artista fiel o una madre que ve hermosas a sus criaturas) exhibió su elefante. El grado estalló en risotadas hasta mostrar la glotis y la señorita se puso violeta de espanto, de indignación o de alguna cosa que Anita no estaba en condiciones de pensar con palabras. La maestra tragó saliva y, tal vez recordando su juramento pedagógico, quiso que la niña aprendiera de su error. Le explicó que la tela elegida no era la apropiada, que el pespunte estaba desprolijo y que dónde había visto un elefante verde floreado!!! (Esta parte de la oración la dijo en el límite impreciso que va del ahogo al grito, pero más cerca del segundo que del primero).

Anita se abrazó instintivamente a su muñeco imaginando que quizá se lo arrebatarían para quemarlo, pintarlo con témpera gris topo, arrojarlo al cesto con los restos del almuerzo o quién sabe qué cosas peores.

Nada horrendo aconteció, sin embargo. La maestra puso un lacónico Satisfactorio en su libreta, dispuesta a olvidar el episodio. Antes, miró con cierta pena el abominable engendro verde con flores rojas y amarillas que iniciaba esa tarde su destino de mastodonte paria entre tanto elefante gris tan bien plantado.

                                                         → adriAna raíCes ←                                                                                                                                              
N.A.:  Le debo a este elefante mi vocación docente. 

Débil en mis huesos

Doblada
urdimbre de cartílagos
y médula y periostio

El deseo corriendo
con los pies atados

Tal vez ande con un cuerpo
que no me pertenece – me digo-

Es una posibilidad – respondo-
La otra es clínica
aburridísima – y de eso no hablo-

{adriana raíces

Más sobre escaleras


En un lugar de la bibliografía del que no quiero acordarme, se explicó alguna vez que hay escaleras para subir y escaleras para bajar; lo que no se dijo entonces es que también puede haber escaleras para ir hacia atrás. Los usuarios de estos útiles artefactos comprenderán, sin excesivo esfuerzo, que cualquier escalera va hacia atrás si uno la sube de espaldas, pero lo que en esos casos está por verse es el resultado de tan insólito proceso. Hágase la prueba con cualquier escalera exterior. Vencido el primer sentimiento de incomodidad e incluso de vértigo, se descubrirá a cada peldaño un nuevo ámbito que, si bien forma parte del ámbito del peldaño precedente, al mismo tiempo lo corrige, lo critica y lo ensancha. Piénsese que muy poco antes, la última vez que se había trepado en la forma usual por esa escalera, el mundo de atrás quedaba abolido por la escalera misma, su hipnótica sucesión de peldaños; en cambio, bastará subirla de espaldas para que un horizonte limitado al comienzo por la tapia del jardín, salte ahora hasta el campito de los Peñaloza, abarque luego el molino de la Turca, estalle en los álamos del cementerio y, con un poco de suerte, llegue hasta el horizonte de verdad, el de la definición que nos enseñaba la señorita de tercer grado. ¿Y el cielo? ¿Y las nubes? Cuéntelas cuando esté en lo más alto, bébase el cielo que le cae en plena cara desde su inmenso embudo. A lo mejor después, cuando gire en redondo y entre en el piso alto de su casa, en su vida doméstica y diaria, comprenderá que también allí había que mirar muchas cosas en esa forma, que también en una boca, un amor, una novela, había que subir hacia atrás. Pero tenga cuidado, es fácil tropezar y caerse. Hay cosas que sólo se dejan ver mientras se sube hacia atrás y otras que no quieren, que tienen miedo de ese ascenso que las obliga a desnudarse tanto; obstinadas en su nivel y en su máscara se vengan cruelmente del que sube de espaldas para ver lo otro, el campito de los Peñaloza o los álamos del cementerio. Cuidado con esa silla; cuidado con esa mujer.

«Julio Cortázar»

La negrita es de A.R., que se obstina en encontrar poemas por todos lados…

“La literatura no es otra cosa que un sueño dirigido.”

Para leer en forma interrogativa

Has visto
verdaderamente has visto
la nieve los astros los pasos afelpados de la brisa
Has tocado
de verdad has tocado
el plato el pan la cara de esa mujer que tanto amás
Has vivido
como un golpe en la frente
el instante el jadeo la caída la fuga
Has sabido
con cada poro de la piel sabido
que tus ojos tus manos tu sexo tu blando corazón
había que tirarlos
había que llorarlos
había que inventarlos otra vez.

/-Julio Cortázar-/

Crónica de la columna vertebral

Para levantar las pirámides
doscientos mil hombres, a lo largo
de tres generaciones, cargaron y arrastraron
millones de toneladas de piedra.
Dos imágenes de restos óseos
revelan el costo de las obras:
la columna vertebral de los obreros
aparece curvada en dos secciones,
muestra fisuras, bordes corroídos,
luxaciones, agobio eterno.
La de los faraones, sacerdotes y altos
funcionarios, se ven erguidas
y frescas como recién nacidas.
Después de 4.000 años,
vértebra sobre vértebra, crujido a crujido,
el espinazo innumerable
sigue cargando el peso
del sueño y la podredumbre de los señores.

/Joaquín Gianuzzi/